lunes, 1 de agosto de 2011

Medianoche en París



La última y exitosísima película de Woody Allen es más novedosa por el interés masivo del público, que por su propia trama. O quizás no, quizás sea que tanta gente realmente festeje la vuelta al cine más clásico del cineasta neoyorquino.
Para alguien que filma tan seguido no debería ser noticia la cantidad de espectadores, pero hasta el propio W. Allen se sorprendió del éxito de taquilla de “Medianoche en París”.
¿ Por qué será que esto ocurre con su film número cuarenta y dos?
¿ Es posible que haya recetas mágicas que hasta ahora desconocía?
En términos de producción , se puede hablar de tres "tanques": 
1. Owen Wilson, 2. París y 3. Woody Allen. Pero también se puede invertir el orden de los tres tanques y que quede: 1. París, 2. Owen Wilson, y 3. Woody Allen.
Aunque no creo que poniendo al aclamado director en primer lugar se llegue a la misma conclusión.
Lamentablemente la cinematografía de W. Allen es muy errática cualitativamente hablando. Las hay películas que son realmente obras de arte y las hay algunas muy olvidables.
Esto sucede precisamente por la cantidad de films realizados.
Pero también es cierto que hacía mucho nadie mostraba París así (que no fuera francés, porque cuando es francés es “raro”) y que ubicar a semejante rubio carismático como Owen Wilson caminado atribulado por las calles adoquinadas es más o menos un gol de media cancha.
Imaginen la misma película protagonizada por el propio Woody más joven. Sería muy diferente. O trasladen al mismo personaje del escritor frustrado a N.Y. o a Los Angeles. Ya se vio hasta el hartazgo y aburre.
Uniendo a estos tres grandes exponentes de la cultura occidental se logró el tan deseado éxito, donde no sólo mucha gente va a verla, sino que además se le pregunta a cualquier desconocido:¿ cómo, todavía no viste “Medianoche en París”?... haciéndolo sentir un completo ignorante.
La película en sí es muy atractiva. La secuencia inicial de planos unidos por cortes directos rememora a demasiados años atrás en “Manhattan” (una de las más logradas), excepto que en ninguna proyección de dicho film, se oía a la gente suspirar al compás de cada toma. “ ¡Ay, mirá la torre Eiffel!” o “ ¿Te acordás cuando estuvimos por Les Champs Elyseés?”, o también  “!Qué hermosa París!”.
Pocas películas proponen tanta adhesión de público desde los primeros 2 minutos de trama. Y acá retomo la idea de "los tanques" poniendo a París en el lugar que le corresponde indefectiblemente: el primero.
La película trata sobre París, y después sigue con París, y más tarde también va a estar en París, y ¡ va a terminar en París! Cada centavo que fue pagado en la boletería antes de entrar, valdrá inexorablemente la pena, porque ¡es una película de París!
¡ Ya se habían dejado de hacer películas así! Eran de la época en la que al cine se iba a disfrutar, y últimamente (reconozcámoslo) eso no está muy de moda.
Alfred Hitchcock decía que para que un escenario fuera interesante había que incluirlo en la trama. Es decir, si la película debía filmarse en Suiza porque el equipo de filmación conseguía alojamiento gratis, entonces el protagonista debía ser perseguido por un malo esquiando en las montañas nevadas. Sólo así el paisaje se convertía en un personaje más.
Y esto sucede con “Medianoche en París”, así como sucedió antes con "Manhattan".
La cuidad es protagonista, y ¡qué ciudad! No es una París así nomás. Está limpita de pies a cabeza, no se ve nada de basura (la mayoría de las tomas céntricas se hicieron de noche). No hay inmigrantes sucios deambulando por allí.
No hay negros ( ¡ah, sí!… hay uno en un momento), no hay musulmanes con turbantes, mujeres con pirka, ni pajarracos encerrados en jaula a la venta callejera.
Es una París de cuento, como la que filman Rohmer, o Resnais, y ahora también Woody Allen.
Una parte importante del presupuesto nacional francés se destina al mantenimiento de los monumentos del país (pintura dorada y lámparas, entre otros elementos). Probablemente París se esté llevando el 90%, y lo bien que hace.
Con una película así las reservas de pasajes y hotel seguro que van a subir. En especial gracias a aquellos afortunados que ya pudieron ir pero no la recuerdan así de gloriosa. Eso es porque cuando uno viaja hay gente común y no actores de Hollywood.
Pero bien, hablemos en sí del film. Es tan fuerte la magia que ejerce esta ciudad que Allen le escribió una historia  a su medida y a su longevidad. Y éste es otro de los grandes aciertos (el tema central de la película), y es la añoranza por tiempos pasados mejores.  París tiene el lujo de que siempre fue soñada, siempre fue eterna, siempre fue única.
El personaje del angustiado guionista que intenta escribir “una novela de verdad” deambula por la sordidez nocturna, sólo para verse embriagado en la magia de las callecitas que traen y llevan personajes de otras épocas, y que le mostrarán la capacidad ocultad que tiene para escribir. Argumento que ya Woody Allen probó varias veces.
A esta trama se le agregan la típica rubia frívola que sólo quiere frivolidades, un par de amigos descolgados que pasaban casualmente por allí y acotan cualquier pavada que pueden, más las agraciadas chicas sensibles de la historia (léase: la anticuaria de discos y la popular Carla “también soy actriz” Bruni, que ponen su mirada de alzar la autoestima del querido Owen, (que ¡pobrecito! no le sale escribir muy bien). También ya usó este recurso en otras películas.
Más las habituales escenas de gente rica comiendo en restaurantes exclusivísimos con un aire muy casual.
Pero todavía falta la complejidad de la idas y venidas en el tiempo. Que lejos de ser algo original, también fue idea de varias de sus películas. La que me vino a mente como un rayo fulgurante fue “La rosa púrpura del Cairo”, y no fui a la única que le pasó. Sin embargo lejos de sentir  “esto ya lo vi”, la fluidez del relato es tal, que la razón cede lugar a las emociones y la película se saborea intensamente de principio a final.  En este film, W. Allen se da el lujo de poner a varios de sus propios artistas preferidos todos juntos tomando un café. No sólo entretiene al público, de alguna manera el propio director se ubica entre tantos artistas consagrados y gloriosos a quienes admiran.
Termina siendo una película que valió la pena ver, aunque tenga tópicos muy reconocibles.

Pero me detengo brevemente en su anterior y no exitosa película “Que la cosa suceda”, donde volvimos a encontrarnos con ese amigo que se nos había perdido, con el Woody Allen cascarrabias, judío no ortodoxo que se burla de todas las religiones y de todas las ideologías, que intenta suicidarse en una urbe que todo lo devora como N.Y. , y que encuentra que lo mejor de la vida está a la vuelta de la esquina.
Podría decir que remite a otras películas de él y ya caería en una obviedad insoportable. Aunque realmente sorprenden tan pocas obsesiones y tantos films.

Hay una escena gloriosa en el film "Manhattan" en la que el protagonista tirado en su sillón se graba a sí mismo enumerando las cosas por las que vale la pena vivir. Son varias obras de arte grandiosas más el rostro angelical de su joven amada, a quien sale a buscar corriendo antes de que parta a otro país.
Cada vez que veo esa escena, siento que hay que agregarle el propio film a esa lista.
"Manhattan" de W. Allen, es una de las cosas por las que vale la pena vivir.