lunes, 5 de diciembre de 2011

El Cine y la Comida


Páginas y páginas se llenaron en los años ´90 cuando desembarcaban en la Argentina los primeros proyectos de cadenas de cine yanquis (Cinemark, Showcenter, Village, etc.) y la principal preocupación era que los pochochos iban a dominar la cartelera.
Después de muchos años de lucha despareja, el público argentino (como cualquier otro)  sucumbió al maíz acaramelado y así fueron cerrando todos las salas tradicionales.
Este artículo no intenta ser nostalgioso (aunque recuerdo “La carpa del amor” en el Rivera Indarte, “La novicia rebelde” en un Gaumont glamoroso, o la reposición maravillosa de “Lo que el viento se llevó” en el Metro).
Este artículo intenta reinvindicar un poco al odiado pochocho, haciendo un repaso entre la eterna y sabia relación que existe entre cine y comida.
Veamos un poco: en sus orígenes el cine era escecialmente corto. A medida que se fue desarrollando como entretenimiento se tropezó con un escollo que aún hoy no pudo resolver del todo: ¿Cómo se cuenta una buena historia con una cámara? O ¿ Cómo hacer para que el público resista sin romper la sala por el bodrio que se está proyectando?
El cine mismo se ha ocupado históricamente de mostrar aquellas proyecciones de pueblo donde rompían todo, abucheaban cuando algo no les gustaba o liberaban su líbido frente a un desnudo parcial.
El cine, como objeto de exhibición, servía para que el vulgo se descargue. ( Cabe aclarar que era al revés que ahora, cuando los pobres iban al cine y los ricos al teatro). Y en esta descarga tan necesaria como peculiar no podía faltar la comida. Y así respondo las dos preguntas que yo misma hice más arriba. Con un buffet, kioskito, vianda, golosinas o lo que sea, se digiere cualquier película.
Por eso pienso que el cine y la comida siempre estuvieron de la mano. Y si hoy te encontrás con dos pisos enteros destinados a la venta insolente de nachos, pochoclos, candys, gaseosas de máquina, pizzas, empanadas, cervezas, hace muchos años los jóvenes eran mandados a las matinées, con varios sánguches de milanesa para que pasaran ahí toda la tarde. Y entonces, sumergidos en el sudor ajeno, en el erotismo de verse sin sus padres, y en el olor de tan variados menúes, esa horda de púberes desaforados disfrutaban de los seriales de “El zorro”, “Tarzán” o lo que fuera. Las madres chochas de sacarse de encima a tanto crío un sábado a la tarde y por eso los mandan bien cargaditos.
Los tiempos han cambiado, ya lo creo. Pero cuando tenés que soportar a los piratas del bochorno 4, qué mejor que dejar la sala un ratito, pedirte un café y otro balde de pochcoclos para que tus hijos no rompan las butacas mientras saltan por el 3D. Así todas las películas son bárbaras, o dicho de otra manera: la salida fue un éxito aunque nadie vaya a recordar el filme.
Una sola pregunta me queda al respecto: ¿ Los empleados del cine, a qué sindicato pertenecen: al del espectáculo o al gastronómico?

No hay comentarios:

Publicar un comentario