Birdman es una película para
actores. No es para directores, ni escritores, ni productores, sólo para
actores.
Ni que hablar de
espectadores. Para ellos tampoco hicieron esta película.
Inexplicablemente los
críticos cinematográficos aman el plano secuencia (aquel recurso virtuoso donde
la cámara no corta o si lo hace no se nota), y es gracias a ese amor
incondicional que esta película logra abrirse camino como “algo que hay que
ver”, cuando la realidad de cada fotograma indica todo lo contrario.
Tampoco hay que menospreciar
la venta que tiene esta película. Se la vende como una película sobre un actor
otrora famoso que lucha contra el éxito vetusto de su más afamado personaje de
súper héroe, pero es una película sobre las bambalinas. Quizás los publicistas
que la vieron terminada, decidieron que era mejor venderla como algo de losers
o freaks, porque todo ese segmento compra entradas de cine a rolete, pero
tampoco ellos son el público para esta película pretenciosa e incomprensible.
Birdman es una historia sobre
el mundo de las tablas del teatro y sus pormenores.
Quizás el único aporte que
haga esta película, sea preguntarse si un actor miente al actuar o debe ser real en su
performance. Pregunta obvia y reiterada porque cada actor puede usar el método
que quiera, siempre y cuando logre conmover al espectador. Aunque para eso no
sólo necesita de su talento, también necesita un buen texto, un buen director,
un gran escenógrafo, un productor adinerado, etc, etc, etc.
Parecería que Birdman intenta
aleccionar a los actores que devienen en todos esos roles y se desvían de sus
propias carreras.
También se habla de Birdman
como “off Hollywood” y eso tampoco es cierto porque Michel Keaton, Edward
Norton y Naomi Watts son Hollywood en todo su esplendor (hace años que se
sientan en el Kodack Theater en la entrega de los Oscars).
Hacer una historia con
arrugas reales no los hacen reales a ellos, siguen siendo parte de una
industria, que no se por qué, cada tanto quieren desestimar. Si siguen haciendo películas así van a tener
que hipotecar sus mansiones, y van a llegar a real decadencia, que nada tiene
que ver con lo que esta historia plantea.
El submundo de las películas, las
infidelidades tras el telón y los éxitos que esconden demencias, son temas
explotados hasta el hartazgo por la industria de Hollywood, y las dos horas de
Iñarritu no aportan absolutamente nada al respecto, a excepción de mostrar a Zach Galifianakis, por primera vez, como
alguien que no es idiota.
Para adentrarse en ese mundo tan fascinante del detrás de escena, les propongo a los lectores/espectadores, ver las siguientes cintas: