martes, 17 de febrero de 2015

Birdman es una película para actores. No es para directores, ni escritores, ni productores, sólo para actores.
Ni que hablar de espectadores. Para ellos tampoco hicieron esta película.
Inexplicablemente los críticos cinematográficos aman el plano secuencia (aquel recurso virtuoso donde la cámara no corta o si lo hace no se nota), y es gracias a ese amor incondicional que esta película logra abrirse camino como “algo que hay que ver”, cuando la realidad de cada fotograma indica todo lo contrario.
Tampoco hay que menospreciar la venta que tiene esta película. Se la vende como una película sobre un actor otrora famoso que lucha contra el éxito vetusto de su más afamado personaje de súper héroe, pero es una película sobre las bambalinas. Quizás los publicistas que la vieron terminada, decidieron que era mejor venderla como algo de losers o freaks, porque todo ese segmento compra entradas de cine a rolete, pero tampoco ellos son el público para esta película pretenciosa e incomprensible.
Birdman es una historia sobre el mundo de las tablas del teatro y sus pormenores.
Quizás el único aporte que haga esta película, sea preguntarse si un actor miente al actuar o debe ser real en su performance. Pregunta obvia y reiterada porque cada actor puede usar el método que quiera, siempre y cuando logre conmover al espectador. Aunque para eso no sólo necesita de su talento, también necesita un buen texto, un buen director, un gran escenógrafo, un productor adinerado, etc, etc, etc.
Parecería que Birdman intenta aleccionar a los actores que devienen en todos esos roles y se desvían de sus propias carreras.
También se habla de Birdman como “off Hollywood” y eso tampoco es cierto porque Michel Keaton, Edward Norton y Naomi Watts son Hollywood en todo su esplendor (hace años que se sientan en el Kodack Theater en la entrega de los Oscars).
Hacer una historia con arrugas reales no los hacen reales a ellos, siguen siendo parte de una industria, que no se por qué, cada tanto quieren desestimar. Si siguen haciendo películas así van a tener que hipotecar sus mansiones, y van a llegar a real decadencia, que nada tiene que ver con lo que esta historia plantea.

El submundo de las películas, las infidelidades tras el telón y los éxitos que esconden demencias, son temas explotados hasta el hartazgo por la industria de Hollywood, y las dos horas de Iñarritu no aportan absolutamente nada al respecto, a excepción de mostrar a Zach Galifianakis, por primera vez, como alguien que no es idiota.

Para adentrarse en ese mundo tan fascinante del detrás de escena, les propongo a los lectores/espectadores, ver las siguientes cintas:

Ser o no ser, de Ernest Lubitsch

Noisses off, de Peter Bogdanovich (uno de estos actores, directores, productores, etc)

El show de los Muppets (cualquier episodio)

Sunset Boulevard, de Billy Wilder

All that jazz, de Bos Fosse


Si Birdman se hubiera estrenado hace unos meses el final de Robin Williams hubiera sido otro, y quizás hoy estaría en un lugar más elevado.



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